“En estas casas a las afueras de Sachsenhausen es donde se llevaba a cabo toda la operación de los campos de concentración. Este era el centro del plan de exterminio de los nazis”, señala el historiador.
Peter Josef Snep es un holandés de 89 años que está de visita en el campo de concentración de Sachsenhausen, a las afueras de Berlín. Aquí viene cada año desde hace una década, cuando inició un proyecto para que los últimos testigos hablen de sus recuerdos y ayuden a las nuevas generaciones a entender lo que pasó en la época nazi y a que no se repita la historia.
“Quizás caminábamos unos 40 kilómetros al día. Nos ponían además unas mochilas llenas de piedras que teníamos que cargar“.
Peter recuerda con facilidad lo que pasó. Lo cuenta casi cada mes en diferentes reuniones con estudiantes. Sólo a veces suelta un par de lágrimas o se le quiebra la voz, pero inmediatamente se recupera y continúa hablando.
Su historia comienza en 1921 en Bonn, Alemania, donde nació. Su padre, quien decía que Hitler era un estafador, era holandés y su madre alemana.
Su familia se mudó a Ámsterdam en 1930. Después, Peter trabajó como guía de viajes y muchos de sus paseos entre la frontera de Alemania y Holanda los utilizó para ayudar a escapar a los judíos germanos.
Él y su familia eran católicos, y tanto él como su padre seguían ayudando a los judíos pese a que en 1940 el país fue ocupado por Alemania.
“Íbamos con 37 viajeros y regresábamos con 40, hasta que una vez unos policías que nos acompañaban nos denunciaron”.
Fue entonces cuando los mandaron al campo de concentración de Sachsenhausen, al norte de Berlín, en 1942. En Sachsenhausen estuvieron poco menos de un año y después fueron enviados como fuerzas de trabajo a Ámsterdam.
Pero en el campo de concentración, Peter presenció hasta 12 muertes al día en esas caminatas mortales.
“Cuando llegué pensé ¿qué es este lugar? Había mucha gente desnuda con los cabellos muy recortados, oficiales insultando todo el tiempo, golpeando a otros, y algunos riéndose de cómo maltrataba a otros".
En Sachsenhausen se realizaron experimentos en prisioneros con fines militares, bacteriológicos y farmacéuticos; entre los cuales estaban exponerlos a gas mostaza, inyectarlos con hepatitis, castrarlos o drogarlos con cocaína y pervitina para aumentar su rendimiento.
Desde ahí se coordinaban también los otros campos del resto de Alemania y de los territorios ocupados.
“Me gusta contar mi historia. Además cada vez que vengo a Sachsenhausen aprendo mucho más porque veo nuevas exposiciones y estoy con los historiadores que saben todo lo que pasó a mi alrededor. Yo sólo puedo contar mi pequeña historia“.
En Sachsenhausen hubo unos 200 mil prisioneros entre 1936 y 1945. Las cifras no oficiales indican que murieron ahí unas 40 mil personas; las oficiales, 20 mil.
Antes de ser liberado, en los últimos días de abril, las tropas de la SS, la Policía secreta de Hitler, empezó a sacar a los prisioneros a lo que se llamó la “Todesmarsch” o “Marcha de la muerte”.
En este proceso unas 36 mil personas salieron a caminar más de 250 kilómetros, en condiciones infrahumanas, para escapar de las tropas que buscaban liberar Alemania. Unas mil personas de esa marcha fallecieron.
“Pero ahora lo importante, cuando nos muramos todos los testigos, es seguir haciendo investigación sobre lo que pasó en estos campos“, pide Peter como último deseo.
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