El 4 de agosto de ese mismo año se disputaba la clasificación para acceder a la final de longitud. Long, en su primer intento, había logrado superar los 7,15 metros necesarios para pasar la criba, y lo había hecho con tanta suficiencia que la medalla parecía segura. Máxime cuando su mayor rival, Jesse Owens, se había colocado con dos nulos –quizá algo perdujicado por los jueces germanos, todo sea dicho–, a uno de la expulsión.
En ese momento se produjo el gesto que pasó a la historia. El atleta alemán, seguramente con una actitud que hubiera sido rechazada por la mayoría de los ahí presentes, se acercó al estadounidense y le calmó. Le dijo que estaba intentando hacer el récord mundial en cada salto y que por eso había cometido dos nulos, instándole a olvidarse de ello, a saltar varios centímetros por detrás de la tabla para que no le señalasen otro nulo, consciente de que iba a superar el registro mínimo con facilidad y, una vez en la final, ya buscara la marca histórica. Owens le hizo caso, saltó a casi 20 centímetros de la zona de batida y se metió en la final.
Ahí la disputa entre el alemán y el estadounidense fue brillante. Con un salto de 7,87 metros, Long parecía tener el triunfo en su mano, pero en el quinto y último intento Owens se fue hasta los 8,06 metros, lo que le dio la medalla de oro y un récord olímpico que duró 24 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.