miércoles, 8 de mayo de 2013

Sputnik 1.

La noche del 4 de octubre de 1957, la reputada astrofísica soviética Alla Masevich estaba en Madrid. Había llegado al frente de una delegación de científicos de la URSS para participar en un ciclo de conferencias sobre el Año Geofísico Internacional que se celebraba en España, anclada por entonces en el ecuador del franquismo. Cuando aquella noche trascendió el lanzamiento por Moscú del primer satélite de la Historia, una bola metálica de 83,6 kilos y 58 centímetros de diámetro provista de dos radiotransmisores y cuatro largas antenas, los científicos soviéticos dormían plácidamente en su hotel. Ajenos a la resonancia del primer pistoletazo cósmico de la carrera espacial, Masevich y los suyos se levantaron sobresaltados por el coro de graznidos estridentes («¡Sputnik!, ¡Sputnik!») que resonaba en el pasillo. Como poseídos por aquella nueva y exótica palabra ('sputnik' significa en ruso 'compañero de viaje'), una jauría de periodistas aporreaba las puertas de sus habitaciones pidiéndoles información.

 

Que la astrofísica Alla Masevich, a la sazón presidenta del consejo astronómico de la URSS, no estuviera al tanto del lanzamiento del Sputnik da fe del carácter ultra secreto de la misión. «Gran victoria en la competencia mundial contra el capitalismo», titulaba el 'Pravda', mientras que Occidente seguía con la mosca en la oreja aquel rastro de «bip... bip... bip...» emitidos por el ingenio.
 
«Sólo cuando el Sputnik salió a órbita y se organizó todo aquel ruido comprendimos que la importancia política del lanzamiento trascendía su significado científico», explica Chertok. En la URSS de Nikita Jrushchov, que se jactaba de fabricar misiles «como salchichas», Chertok era el 'charcutero' principal de la cosmonáutica soviética. Junto a Koroliov forjó el misil intercontinental R-7 que, desarrollado a partir del alemán R-7 y compuesto de varias fases, fue el propulsor del Sputnik.

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