martes, 2 de febrero de 2016

El ángel de la muerte


Josef Mengele fue uno de los médicos del campo de concentración nazi Auschwitz-Birkenau durante la Segunda Guerra Mundial. Antropólogo y eugenista brillante, ha dejado su nombre en las páginas de la historia escrito con sangre. Mengele fue conocido por sus crueles experimentos científicos realizados con convictos del campo de concentración. 

En mayo de 1943 Mengele ingresó a Auschwitz como investigador médico. Ansioso de hacerse un nombre por sí mismo comenzó a hurgar entre los secretos de la genética, ya que acorde con las ideas de Hitler, buscaba la imposición y el desarrollo de la raza aria.

Según sus teorías, si de alguna manera se lograba asegurar que las mujeres arias dieran a luz hijos rubios de ojos azules, el mundo se podría salvar, es decir, repoblar con esta raza “pura”.

Genéticamente hablando, para Mengele los gemelos representaban un misterio, y Auschwitz-Birkenau era un sitio ideal donde obtener pacientes para sus experimentos.

El reclutamiento de los individuos era sistemático. Una vez seleccionados, a los gemelos se les permitía conservar su cabello y ropas originales; luego eran tatuados con un número que se ordenaba en una secuencia especial y se los alojaba en una barraca exclusiva para los hermanos.

Luego, las parejas eran llamadas al laboratorio. Por lo general, en forma diaria cada paciente era sometido a una extracción de sangre, a veces de los dos brazos al mismo tiempo; incluso tenían que soportar transfusiones de un gemelo a otro. Quienes más sufrían eran los pequeños, que por tener las extremidades más pequeñas eran pinchados en el cuello.

En el laboratorio, los niños eran obligados a desnudarse y permanecer acostados uno al lado el otro; luego su anatomía era cuidadosamente medida y estudiada durante horas, para observar las similitudes y diferencias entre los miembros de cada pareja.

La curiosidad científica llegó a límites inimaginables de crueldad. Por ejemplo, Mengele intentó “fabricar” ojos azules; para ello inyectaba químicos en los ojos de los pacientes, causándoles infecciones y ceguera. Además, a propósito se inyectaban enfermedades como tifus y tuberculosis en un gemelo y en otro no.

Cuando uno moría, el hermano era asesinado para comparar los efectos de la enfermedad; para ello se le colocaba una inyección de cloroformo en el corazón, que le provocaba un paro. Lo peor eran las cirugías sin anestesia: los pacientes sufrían remoción de órganos, castración y amputaciones.

Sin duda alguna las prácticas de Mengele, que no tenían límites éticos, redundaron en el avance de la ciencia, pero a costa de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte de muchísimos pacientes.

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