En mayo de 1943 Mengele ingresó a Auschwitz como investigador médico. Ansioso de hacerse un nombre por sí mismo comenzó a hurgar entre los secretos de la genética, ya que acorde con las ideas de Hitler, buscaba la imposición y el desarrollo de la raza aria.
Según sus teorías, si de alguna manera se lograba asegurar que las mujeres arias dieran a luz hijos rubios de ojos azules, el mundo se podría salvar, es decir, repoblar con esta raza “pura”.
Genéticamente hablando, para Mengele los gemelos representaban un misterio, y Auschwitz-Birkenau era un sitio ideal donde obtener pacientes para sus experimentos.
El reclutamiento de los individuos era sistemático. Una vez seleccionados, a los gemelos se les permitía conservar su cabello y ropas originales; luego eran tatuados con un número que se ordenaba en una secuencia especial y se los alojaba en una barraca exclusiva para los hermanos.
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En el laboratorio, los niños eran obligados a desnudarse y permanecer acostados uno al lado el otro; luego su anatomía era cuidadosamente medida y estudiada durante horas, para observar las similitudes y diferencias entre los miembros de cada pareja.
La curiosidad científica llegó a límites inimaginables de crueldad. Por ejemplo, Mengele intentó “fabricar” ojos azules; para ello inyectaba químicos en los ojos de los pacientes, causándoles infecciones y ceguera. Además, a propósito se inyectaban enfermedades como tifus y tuberculosis en un gemelo y en otro no.
Cuando uno moría, el hermano era asesinado para comparar los efectos de la enfermedad; para ello se le colocaba una inyección de cloroformo en el corazón, que le provocaba un paro. Lo peor eran las cirugías sin anestesia: los pacientes sufrían remoción de órganos, castración y amputaciones.
Sin duda alguna las prácticas de Mengele, que no tenían límites éticos, redundaron en el avance de la ciencia, pero a costa de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte de muchísimos pacientes.
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