El Primer Plan Quinquenal estableció la colectivización de la tierra. Los propietarios debían aportar sus posesiones agrícolas y ganaderas a la colectividad. Los kulaks, campesinos adinerados que habían prosperado bajo la NEP (nueva política económica) se resistieron a cumplir las órdenes y fueron castigados.
Eliminados de la escena económica, significativa parte de los 5 millones que había registrados en 1927 desapareció. El régimen los consideró sospechosos de antisocialismo y los deportó a campos de trabajo en Siberia donde muchos murieron.
La colectivización agraria se centró en torno a dos tipos de propiedad socialista: los "koljoses", grandes granjas cooperativas colectivas y, en menor grado los "sovjoses" o granjas estatales que utilizaban mano de obra asalariada.
En ambas se potenció el uso de maquinaria y la aplicación de técnicas agrícolas avanzadas. En 1936 el número de granjas ascendía a casi 248.000, mientras que en 1929, al inicio del procedo de colectivización, eran casi 26 millones.
Los costes sociales de tal proceso fueron elevados. Los campesinos fueron las víctimas de la planificación económica, siendo convertidos en instrumentos de financiación de la industria. Si la revolución de 1917 había acabado con el régimen zarista y la gran propiedad agraria, la colectivización de 1929-1930 liquidó la aldea tradicional y la pequeña propiedad familiar.
La repercusión fue muy negativa en las condiciones de vida de los campesinos que asistieron impotentes al traslado de una significativa parte de sus rentas a las ciudades, donde fue concentrándose una creciente población.
Se siguió la práctica de fijar unos precios agrícolas bajos para los agricultores y altos para el consumo, lo que permitió la formación de excedentes de capital para su inversión en la industria.
La colectivización, forzosa y apresurada, no favoreció el incremento de la producción. Los rendimientos agrarios no alcanzaron los niveles esperados, especialmente en el sector ganadero, aunque el sector cerealista consiguió mejores resultados.
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