El del 17 de julio de 1918, el zar de Rusia, Nicolás II, toda
su familia y cuatro sirvientes, fueron llevados al sótano de la mansión en los
Urales en la que estaban recluidos y un grupo de revolucionarios los masacraron
y los quemaron.
En la guerra contra el Ejército Blanco, los bolcheviques llevaron
a la familia a Moscú, en un viaje en tren y carruaje en el que el adolescente
Alexei, quien padecia de una enfermedad llamada hemofilia que le causó una
hemorragia, hubo que dejarlo atrás, y varias de sus hermanas sufrieron abusos
sexuales en el tren. La mansión a la que les llevaron la convirtieron en una
prisión, con muros fortificados y nichos de ametralladora. La hija mayor, Olga,
pasó por una depresión. María tuvo un romance con uno de los guardias que los
vigilaban y los bolcheviques cambiaron al equipo y endurecieron las normas de
la cárcel-mansión.
Cuando los soldados blancos iban a tomar la ciudad en la que
se encontraba la fortaleza, Lenin aprobó la sentencia de muerte de toda la
familia, planificada por Yákov Yurovski. La idea era enterrarlos en los bosques
cercanos sin dejar rastro. Cada asesino debía encargarse de una víctima, pero los
encargados de la tarea esquivaron a las chicas. Además, todos llevaban chalecos
antibalas, así que, cuando todo empezó a arder entre el humo y los gritos,
quedaban vivos aún la mayor parte de los Romanov, heridos y llorando.
Otro detalle que empeoró su agonía fueron los diamantes que
los niños escondían entre sus ropas, que habían estado cosiendo por si tenían
que huir. Su dureza alargó los últimos momentos de la familia y los asesinos
tuvieron que recurrir a golpes de bayoneta y disparos en la cabeza.
Tras la escena, los asesinos discutieron sobre dónde llevar
los cuerpos. Los saquearon, los amontonaron en un camión que se averió y, en el
último momento se vio que no cabían en las fosas que tenían preparadas. Yurovski,
improvisó otro plan: dejó los cuerpos y volvió a Ekaterinburgo a por material.
Pasó tres días haciendo viajes de ida y vuelta con ácido sulfúrico y gasolina
para destruir los cuerpos, que decidió enterrar en lugares separados para
confundir a quien los pudiera buscar. Tras golpear los cuerpos con culatas de
fusil, rociarlos con ácido y quemarlos con gasolina, los enterró.
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